“He encontrado un error, y no se lo significativo ó permanente que es, pero me siento realmente consternado”.
Así es como Alan Greenspan, presidente entre 1987 y 2006 de la Reserva Federal, el banco central estadounidense, describía el inicio del desastre económico global. Quizá la más explosiva de las contribuciones de un ser humano a la mayor burbuja financiera de la historia, fue la derogación en 1999 de la Ley Glass-Steagall de 1933, que impedía a los bancos especular con los ahorros de los clientes.
Desde la visión de destacados economistas, se anunciaron crudamente las consecuencias de aquella decisión que dieron lugar a la “mayor catástrofe económica causada por el hombre en toda la historia.
En Septiembre del 2007, la “contracción del crédito” sus amenazadoras consecuencias cuando la sociedad inmobiliaria británica Northern Rock se declaró en quiebra.
En marzo de 2008 le tocó el turno a la sociedad de inversión estadounidense Lehman Brothers el que anunció pérdidas de 3,9 millardos de dólares y se declaró en bancarrota.
El 18 de septiembre, temiendo una reacción en cadena de quiebras bancarias, Ben Bernanke, sucesor de Greenspan al frente de la Reserva Federal y Henri Paulson, secretario del Tesoro estadounidense, anunciaron. “Nos encaminamos a la peor crisis financiera de la historia de la nación. Estamos hablando de una cuestión de días”. Para evitarlo los gobernantes del mundo olvidaron su porfiada doctrina sobre el mercado libre y llevaron a cabo una serie de nacionalizaciones y rescates colosales.
Se inyectaron casi inmediatamente en los bancos alrededor de 2 billones de dólares de financiación estatal, dos tercios en gasto directo y un tercio como garantías. Nadie sabe exactamente cuántos billones de dólares más se les han regalado desde entonces.La inyección de cantidades sin precedentes de capital público en los bancos privados estabilizó el sistema financiero global. Cubrió las pérdidas inmediatas, y lo que es más importante, restauró la”confianza” demostrando a los capitalistas financieros que el Estado no iba a permitir que los principales bancos quebraran. Los beneficios seguirían siendo privados, pero las pérdidas se convirtieron en públicas.
Nada de esto resolvió la crisis, sino que solo la reconfiguró. El Crash, a una escala sin precedentes, ha contraído las reservas financieras de los estados, las empresas y los hogares y a ha llevado a la economía mundial a una recesión. La economía real carga ahora con una enorme montaña de deuda. Se estima que los bancos han perdido 3,4 billones dec dólares y cargan con más billones en deuda incobrable.
Debido a esto, los fondos públicos inyectados en los bancos simplemente han desaparecido en un agujero negro, y lo que es peor, la deuda bancaria se ha convertido en deuda pública. El riesgo del colapso bancario se ha transformado en la posibilidad de una quiebra estatal.
La crisis – contracción del crédito, Crash y recesión- hunde sus raíces en la década de 1970 cuando Margaret Thatcher en Gran Bretaña, y Ronald Reagan en Estados Unidos respondieron al problema de la caída de la tasa de beneficio y del bajo crecimiento lanzando un asalto frontal contra los sindicatos, los salarios y el estado del bienestar. Su propósito era redistribuir la riqueza desde el trabajo al capital. Los beneficios más altos, argumentaban, alentarían a los empresarios a invertir y así se recuperaría el crecimiento.
Pero esa política tenia doble filo. Los capitalistas querían bajos salarios para sus propias empresas, pero altos salarios en las demás para que los trabajadores pudieran comprar los bienes y servicios que producían. La economía liberal de 1979-2007 podía descarrilar al incrementar la desigualdad de ingresos y hacer disminuir la demanda.
Las tasas de crecimiento anual lo resumen todo. El estímulo a la producción de armas durante la Segunda Guerra Mundial había elevado la tasa de crecimiento estadounidense al 5,9%. En la cúspide del gran boom, en la década de 1960, seguía estando alrededor del 4,4%. Pero durante las décadas de 1980 y 1990 cayó al 3,1%, y en la de 2000 era solo del 2,6%.
Y eso no era todo. La mayor parte del crecimiento durante la década de 1960 se producía en la economía real, esto es, en la producción de bienes y servicios para su uso real, mientras que la mayor parte del crecimiento registrado en la década de 2000 era ficticio, porque el problema de la caída de la demanda se había resuelto mediante un gran incremento de la deuda.
La demanda artificial se había generado mediante la “financiarización” de la economía. La desregulación de los mercados, los bajos tipos de interés (dinero barato), las “innovaciones” financieras y el creciente endeudamiento de las familias dieron lugar a la mayor burbuja de la historia del sistema. La economía estaba inundada de dinero electrónico a crédito, por lo que la demanda estaba saturada, los precios subían y los especuladores se disputaban los trocitos del pastel. Todo aquello infló una burbuja gigantesca de riqueza ficticia.
Si la economía seguía creciendo era simplemente porque la gente gastaba un dinero que en realidad no existía. Los créditos tenían como garantía activos que aumentaban de valor gracias a la disponibilidad de crédito un frenesí especulativo autoalimentado. Los trabajadores de muchos países del mundo desarrollado se endeudaron enormemente debido al estancamiento de sus ingresos, al crédito fácil y al aumento del precio de la vivienda; y las compras a crédito de los trabajadores se convirtieron en la base de una enorme pirámide de derivados financieros, deuda no garantizada y valores inflados de los activos.
El endeudamiento de las familias en Estados Unidos se duplicó ó más entre finales de la década de 1970 y 2006. La deuda total aumentó alrededor de una vez y media el producto interior bruto (PIB) estadounidense a principios de la década de 1980 a cerca de 3,5 veces en 2007. La parte correspondiente al sector financiero en los beneficios aumentó desde alrededor del 15% a principios de la década de 1950 a casi el 50% en 2001.
En el clímax del frenesí, cualquier plan descabellado parecía bueno. Los bancos comenzaron a conceder hipotecas a gente que no podía en modo alguno pagarlas. El valor de esos créditos hipotecarios subprime aumentó un 230% entre 200 y 2007. Esos créditos se empaquetaron luego con otros de mejor calidad para vender esos derivados al público. La idea de los derivados considerados un gran invento del “sector de servicios financieros”, consistía en disminuir el riesgo al difundirlo, pero sirvieron de hecho para contaminar todo el sistema bancario con deudas incobrables. Fue en el mercado de las hipotecas subprime donde comenzó el pánico. Un frenazo de la demanda del consumidor y una bajada del precio de la vivienda hicieron que los créditos subprime comenzaran a parecer deudas incobrables. El pánico se contagió rápidamente extendiéndose a los mercados globales que desconocían en qué grado estaba infectado con “deuda tóxica” todo el sistema bancario, que se reveló de repente como un cúmulo de especulación, valores inflados y gigantescas montañas de títulos.
El Crash fue causado por la financiarización, pero sin deuda bancaria no habría habido boom. El sistema, en resumen ciclo profundamente patológico. Acosado desde la década de 1970 por el descenso de la tasa de beneficio, el exceso de capacidad y el subconsumo, su único mecanismo para mantener la demanda había sido el creciente endeudamiento, y por eso la especulación financiera generó una burbuja gigantesca.
La patología de una economía cada vez más endeudada era la realidad oculta tras la lustrosa fachada neoliberal.
El problema no son ahora los efectos colaterales del propio crash; es que el propio motor del boom neoliberal – la deuda y la especulación- ha reventado. Los banqueros se niegan a prestar porque sus bancos están técnicamente quebrados y no creen que los deudores puedan pagar. Los industriales no invierten porque los mercados y los beneficios se han hundido. Los consumidores gastan poco porque están profundamente endeudados y temen por sus empleos. Los gobiernos recortan y desinflan su gasto para evitar la bancarrota del Estado.
La crisis financiera ha tenido como origen la especulación, la codicia y el frenesí del capitalismo de casino. Representa el final de una era en la que se dio rienda libre a esas fuerzas con la desregulación de los mercados, los bajos tipos de interés, las “innovaciones” financieras y el creciente endeudamiento. Su efecto ha sido hundir a la Humanidad en la Segunda Gran Depresión. Ahora afrontamos la que es casi con seguridad la mayor crisis de toda la historia del sistema.
Inyectar billones de dólares en el sistema bancario no puede resolver la crisis ni restaurar el crecimiento. Los rescates están simplemente apuntalando un sistema en bancarrota. Están destinados a evitar un colapso económico calamitoso del capitalismo neoliberal y a proteger la propiedad, el poder y los privilegios de la clase dominante internacional. Los recates bancarios y los programas de austeridad son, de hecho, lo contrario de lo que se necesita para resolver la crisis y restaurar el crecimiento.
Los bancos siguen sin conceder créditos. Están empleando los fondos estatales para restañar sus deudas y recapitalizar sus libros de cuentas. La depresión económica les infunde temor a perder su dinero si lo prestan. Tampoco se ha conseguido ningún tipo de estabilidad financiera. Las deudas incobrables simplemente se han desplazado por el sistema, de forma que una crisis de solvencia bancaria se ha transformado en una crisis de solvencia estatal. El epicentro de esa crisis es la Unión Europea.
Los esfuerzos durante los recientes últimos años de la Unión Europea, el FMI y el Banco Central Europeo (la troika) para resolver esa crisis han sido absolutamente estériles. No solo es inútil rescatar países muy endeudados simplemente para que puedan seguir pagando intereses a los bancos, sino que ha sido contraproducente exigirles a cambio una durísima austeridad, que no arruina solo vidas, sino economías enteras.
Los recortes impuestos por los gobiernos hacen contraerse los mercados, las empresas venden menos, se reducen los salarios y se despiden millones de trabajadores, con lo que la demanda sigue cayendo.
Se pone una espiral a la baja, mecanismo que impulsó el estancamiento de la década de 1930.
Y nuestros gobernantes, como es el caso evidente del gobierno del PP en nuestro país, se empeña, demagogia a parte, en seguir forjando la Segunda Gran Depresión. Porque a medida que la economía se contrae bajo la apisonadora de la deflación impulsada por la austeridad, aumenta la carga de la deuda. Y esta en resumen, solo puede empeorar en una depresión. La reducción de la deuda exige crecimiento económico.
Y para ello es necesario desmantelar el dominio del capital financiero y poner la economía bajo un control democrático y otra politica. En vísperas de las elecciones del 20D, estoy convencido que ante los numerosos problemas que tenemos en nuestro país, los españoles nos estamos preguntando lo que nos jugamos en estas elecciones.
Pero ese análisis, será motivo del próximo artículo.
26 noviembre 2015